jueves, 21 de enero de 2010

Mañana del 20 de julio en La Coruña

Amanece el día 20 en la forma antes descrita: trincheras y barricadas en las calles, defensas en el Gobierno Civil, ametralladoras emplazadas por los revoltosos en puntos estratégicos de la ciudad y puños en alto por todas partes.

El General Salcedo Molinero sigue impasible ante la amenaza que con visos de horrible tragedia se cierne sobre la ciudad.

A las cinco de la mañana de este día recibe en la División a Caridad Pita, con el que estuvo conversando largo rato.

Poco tiempo llevaban de conciliábulo los dos generales, cuando llegó a Capitanía el Jefe de Estado Mayor Sr. Tovar que, enterado por el Capitán allí de servicio y por el Capitán Galán de la entrevista Salcedo-Caridad, se marchó al Cuartel de Infantería, para donde salió también Caridad Pita terminada su entrevista con Salcedo.

La dirección de Caridad Pita fue advertida por el Capitán Galán, que por teléfono, la comunicó inmediatamente al Cuartel de Infantería, con objeto acaso de evitar que Pita encontrase allí a Tovar.

Esto no fue posible: Tovar estaba todavía en el Cuartel cuando llegó el General, que al verle, le pregunta:

-Vd. qué hace aquí?
-Estoy en el Cuartel como Jefe de Estado Mayor.
-De paisano?
Tengo perfecto derecho a presentarme con o sin uniforme.
-¡Váyase a la División!

Y se fue Tovar; pero, pisándole casi los talones, llegó de nuevo a Capitanía el mismo Caridad, quien otra vez se entrevista con Salcedo, al que acaso propusiera, y del que obtiene desde luego, la destitución fulminante del Jefe de Estado Mayor Sr. Tovar que queda sujeto a sumario, la del Comandante Gutiérrez de Soto y la de algunos otros.

Despachada esta misión (que al parecer consideraba muy urgente D. Rogelio Caridad) volvió éste al Cuartel de Infantería, que hacía días ya venía siendo su mortificante obsesión, a juzgar por lo extemporáneo y frecuente de sus visitas al mismo (1).

Esta vez no iba en plan de vigilancia. Iba, con el deliberado propósito de destituir y arrestar al Coronel Martín Alonso, al que mandó recluir en una de las habitaciones del mismo Cuartel.

En el cuarto de banderas, Jefes y Oficiales de Infantería y los de otras armas que allí habían acudido al conocer la destitución del Coronel, comentan en tonos de alta indignación y en plan de llegar hasta donde fuera necesario lo ocurrido, mientras Caridad Pita, a pocos metros de distancia (en el segundo piso de la casa) trata de buscar sustituto a Martín Alonso.

Manda comparecer al Teniente Coronel D. Óscar Nevado y le dice:

-Estoy enterado de que en el Regimiento se conspira. Acabo de destituir al Coronel, y Vd. se me encarga del Regimiento respondiéndome de la disciplina.

-Al hacerme cargo del Regimiento, yo respondería de la disciplina hasta este momento; pero, a partir de este momento... ya no.

-¿Cómo?

-Sí, señor, porque el Regimiento, Jefes, Oficiales y tropa estamos todos identificados con el Coronel.

Pasa luego el encargo al Comandante más antiguo Sr. Pita, que tampoco quiso aceptar la prebenda, y hubiera continuado tal vez en su infructuosa tarea de buscar sustituto a Martín Alonso, si no llegan a interrumpir sus gestiones dos Jefes de Regimiento, que vienen del cuarto de banderas en donde dejan el ambiente al rojo vivo.

-Qué quiere Vd.? -dice Caridad encarándose con uno de ellos antes ya de que éstos tuviesen tiempo de hablar.

-Pues... quiero hablarle, mi General.

Y... le hablan. Manifiéstanle el mal efecto que la destitución de Martín Alonso había causado en toda la Oficialidad, puesto que "ni él ni nadie ha faltado al cumplimiento de su deber"; entéranle de la atmósfera de mal contenida indignación que se respira abajo en el cuarto de banderas, y le advierten finalmente, que no sería extraño llegase a producirse cualquier cosa, que luego ya no tendría remedio.

Reacciona el General a estas reflexiones, y hace comparecer ante él a todos los Oficiales a los que -presente también Martín Alonso al que mandara sacar de su encierro- trata de ganar diciéndoles entre otras cosas, que él no tenía más que afecto para todos... que esperaba que todos cumpliesen con su deber..., que él lo cumpliría también (pero al lado del Gobierno...) para terminar dirigiéndose a Martín Alonso:

-Aquí no ha pasado nada. Queda Vd. repuesto.

Martín Alonso, que ni en aquellas circunstancias quería recibir nada de manos de Caridad Pita, responde en tono de gran dignidad:

-Usted puede destituirme, pero... reponerme en el mando del Regimiento, sólo puede hacerlo el Ministro de la Guerra.

Una bomba que hubiese estallado en medio de los allí reunidos, no hubiera ciertamente causado mayor impresión que la que produjo la respuesta de Martín Alonso. No conocemos los sentimientos que haya podido despertar en el General; pero sabemos sí, que Jefes y Oficiales de Zamora, quedan como aplastados bajo el peso de una desgracia irreparable (2).

No tardaron sin embargo en reponerse, y el momentáneo silencio en que la tal respuesta les dejara sumidos, fue roto por Óscar Nevado al que se unen todos los demás, en súplica fervorosa a Martín Alonso para que volviese a encargarse del mando.

Martín Alonso, después de un cariñoso forcejeo en el que acaso no faltaron las lágrimas, acepta por fin la reposición, y baja con el General, Jefes y Oficiales, a tomar a los voluntarios de julio la promesa a la bandera.

También en este acto hubo un momento de preocupación y serios temores.

Tomada la promesa, y después ya de la arenga acostumbrada del Coronel, se adelanta el General Pita para hablar a los reclutas. ¿Qué va a pasar aquí? Esta era la pregunta que se hacían Jefes y Oficiales de Zamora, seguros de la lealtad de sus soldados (3). No temía pues por ellos, sino por el General, al que estaban viendo pagar muy caros allí mismo, los deslices oratorios que de él esperaban en aquellos momentos. Empero, el General no se deslizó. Antes bien, después de haber hablado del patriotismo, la disciplina y otras cosas generales, terminó con un ¡Viva España!, callándose el ¡Viva la República! en él acostumbrado, y que, acaso la prudencia o el instinto de conservación, estrangularon en su garganta.

Mientras en el Cuartel de Infantería tenían lugar todas estas cosas originadas por la destitución de Martín Alonso, ocurría en Capitanía algo parecido, motivado por la destitución del Teniente Coronel Tovar, a que antes hemos hecho referencia.

Tampoco allí la Oficialidad estaba dispuesta a transigir con caprichosas destituciones y, conocida la de Tovar y otros Jefes, acude en colectividad a presencia de Salcedo Molinero, para significarle la conveniencia de que vuelva de su acuerdo y declare además inmediatamente el Estado de Guerra.

Salcedo se niega terminantemente a admitir como buenas las razones de los visitantes, y se arma entonces un fuerte alboroto que quiere dominar el General avisando a la guardia, cosa que no pudo hacer, porque el teléfono había sido previamente cortado. Manda luego a uno de sus ayudantes a cumplir la misión que no pudiera despachar por teléfono, pero al salir éste, tropieza con el Capitán Galán que en aquel momento llegaba del Cuartel de Infantería, quien le corta el paso, y le obliga, encañonándolo con la pistola, a meterse nuevamente dentro del despacho.

El General grita entonces con voz destemplada:

-¡Esto es un soviet! ¡Aquí no se entiende nadie! ¡A ver quienes están a mis órdenes! Y... procede a una encuesta, de la que había de salir muy mal parado.

-¡A ver: Jefe de Estado Mayor! -dice el General dando comienzo a la inquisitoria.

-¡Presente! -contesta el Teniente Coronel Tovar.

-Vd. no es Jefe de mi Estado Mayor. Vd. está destituido, repone Salcedo.

-Quien está destituido es Vd. -dice el Capitán Jack Caruncho, echándose sobre el General y sentándolo violentamente sobre una butaca.

Esto, que pudiera parecer término obligado de lo sucedido en la División, no lo fue sin embargo. Se volvió todavía al terreno de las súplicas ante el General Salcedo, y de nuevo se le llamó al campo de la reflexión dándole tiempo más que suficiente a rectificar su conducta. En el afán de convencerle, llegaron sus subordinados hasta el extremos de pedirle, por favor, que continuase al frente de la División, mientras el Coronel Cánovas se encargaba del Gobierno Militar.

-Yo -dice al fin Salcedo convencido de la inutilidad de sus esfuerzos para estrangular el Movimiento- yo, ante la violencia, entrego el mando al Coronel Cánovas. Creo que Vds. se equivocan, pero... yo me retiro y hagan Vdes. lo que quieran.

(1) Se había notado que Caridad Pita venía ejerciendo una persistente vigilancia sobre el cuartel de Infantería, en el que sin pretexto alguno se presentaba a altas horas de la madrugada.

(2) Lo era ciertamente. Martín Alonso con su competencia, con su prestigio y generales simpatías, era el jefe del Movimiento en La Coruña.

(3) Había sólo en el Regimiento dos sargentos, uno comunista y socialista el otro, de los que se sospechaba. Encerrados en los primeros momentos, pidieron a Óscar Nevado que los dejasen salir con sus compañeros, haciendo protestas de lealtad que cumplieron. Uno murió en Asturias luchando bravamente, el otro, al año de campaña era Alférez.

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Texto procedente de la obra del canónigo de la Catedral de Santiago de Compostela, Revdo. P. D. Manuel Silva Ferreiro, Galicia y el Movimiento Nacional: paginas históricas, 1938.

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